Canadá

Canadá, el país de la hoja de arce, es un tesoro en sí mismo. Si algo se puede destacar de la naturaleza del continente americano es su exuberancia, y esa exuberancia, en el país más septentrional del mundo, toma dimensiones colosales. Sus paisajes dejan con la boca abierta al más experimentado de los viajeros. Sus ciudades aparecen como sueños futuristas entre bosques frondosos y montañas infinitas. No hay quien descubra Canadá y vuelva a ser la misma persona.

Desde Europa siempre se ha visto a los canadienses como una extensión de Estados Unidos sólo que rodeados de nieve. Nada más lejos de la realidad. Basta cruzar la frontera para darse cuenta de que la cultura y la herencia de ese país han dado lugar a una personalidad propia. El canadiense es humilde, es abierto y acogedor. No tiene problema en mostrarle al mundo su carácter pero no tiene necesidad de hacerlo. Y motivos para presumir les sobran a los habitantes del segundo país más extenso del mundo.

No basta una vida para conocer todos los lagos que salpican su geografía, dando lugar a una fauna que se esconde en sus bosques vírgenes de arces, pinos y cedros. Amplias praderas se extienden a lo largo y ancho de vastos territorios. La tundra recibe al que se aventura al norte en búsqueda de focas y osos polares.

Castores, puercoespines y topos, pumas, coyotes y lobos, renos, alces e incluso antílopes se pueden encontrar en la inmensidad canadiense. Pero no todo es vida salvaje. Grandes ciudades que combinan la arquitectura más propiamente americana con una herencia europea se muestran al viajero como contrapunto a la riqueza natural del país. Después de ver las impresionantes cataratas del Niágara, ¿por qué no echarse una partida en el casino?

Después de visitar los grandes lagos, ¿por qué no subir a la CN Tower de Toronto? Cada ciudad tiene su cultura e incluso su lengua. Ottawa, Montreal o Vancouver son iguales pero distintas. Conocer Canadá es conocer otro mundo, otra norteamérica.

CATÁLOGO

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